Ascensión

¡Vosotros, los que con afán buscáis conocimiento, no os enmarañéis en una red, sino tratad de ver con claridad!

Por Ley eterna pesa sobre vosotros una inmutable obligación de expiación que jamás podréis volcar sobre ningún otro. La carga que os imponéis por vuestros pensamientos, palabras u obras no puede ser desatada por nadie más que por vosotros mismos. Reflexionad: de no ser así, la Justicia divina no sería más que mera palabrería huera y con ella todo lo demás se vendría abajo.

Por eso, ¡liberaos! No demoréis la hora de poner término a ese deber de expiación. La sincera aspiración hacia lo bueno, hacia lo mejor, que adquiere fuerza a través de la oración verdaderamente sentida, trae la redención.

Sin querer el bien firme y sinceramente no puede llevarse a cabo expiación alguna. Lo vil seguirá proporcionándose a sí mismo nuevo alimento una y otra vez, volviendo a hacer necesarias nuevas y continuas expiaciones, de tal suerte que lo que se está renovando constantemente os parecerá un solo vicio o sufrimiento. Sin embargo, se trata de toda una cadena sin fin que va atando siempre de nuevo, antes de que lo anterior haya podido liberarse.

De este modo no hay jamás redención alguna, puesto que de continuo se exigen nuevas expiaciones. Es como si una cadena os tuviese atados al suelo, corriendo, por añadidura, grandísimo peligro de hundiros aún más. Por eso, vosotros, los que aún estáis en la Tierra o, según vuestros conceptos, ya en el más allá, ¡esforzáos de una vez por querer el bien! Queriendo siempre el bien acabarán necesariamente las expiaciones, puesto que quien quiere el bien y obra en consecuencia, no da lugar a que se constituyan nuevas deudas que exigen ser saldadas. Entonces es cuando llega la liberación, la redención, que es lo único que permite la ascensión hacia la Luz. ¡Escuchad la advertencia! ¡No hay otro camino para vosotros, ni para nadie!

Esto, a su vez, proporciona a cada uno la certeza de que nunca puede ser demasiado tarde. Claro está que el acto en particular tenéis que expiarlo, purgarlo, esto es indudable; mas en el momento en que vuestra aspiración hacia el bien se implante seriamente, habréis clavado ya el hito que marcará el fín de vuestras expiaciones, pudiendo estar seguros de que este fin tendrá que llegar un día infaliblemente, y que entonces iniciará vuestra ascensión. Con júbilo podréis entonces poneros a trabajar para ir pagando todas vuestras culpas. Todo lo que a continuación se os interponga en el camino será por vuestro bien, os acercará a la hora de la redención, de la liberación.

¿Comprendéis ahora el valor de mis palabras al aconsejaros que comencéis con todas vuestras fuerzas a desear el bien, a purificar vuestros pensamientos? No ceséis en vuestro empeño, sino aferráos a él con todo vuestro ardor, con todas vuestras energías. Ello os eleva a las alturas, os transforma, a vosotros y a vuestro ambiente.

Pensad que cada vida en la Tierra es una breve escuela y que el abandonar la carne no significa el fin para vosotros mismos. Viviréis permanentemente o moriréis de continuo. Gozaréis de felicidad sin ninguna interrupción o padeceréis continuamente.

Quien se entregue a la ilusión de que con el entierro todo queda solucionado para él, todo saldado, que se dé media vuelta y siga su camino, pues lo único que hace con ello es engañarse a sí mismo. Cuando se vea ante la Verdad se quedará horrorizado y entonces comenzará su sendero de dolor… quiera o no. Su verdadero ser, despojado de la protección que le ofrecía su cuerpo, cuya densidad le rodeaba como un bastión, será atraído, cercado y apresado por aquello que le es afín.

Sometido únicamente a la influencia de un ambiente de género afín, que no abriga en sí ningún pensamiento luminoso capaz de despertarle o ayudarle, le será muy difícil y, por mucho tiempo, aún imposible esforzarse para hacer surgir el serio anhelo por mejorar, que es lo que podría elevarle y liberarle. Su padecimiento será doble, bajo el peso de todo cuanto él mismo ha creado para sí.

Por esta razón, la ascensión resulta en tales circunstancias mucho más difícil que en un cuerpo de carne y hueso donde lo bueno camina al lado de lo malo, cosa solamente posible gracias a la protección del cuerpo físico y … porque esta vida terrenal es una escuela en la que a todo “yo” se le ha dado posibilidad de progresar conforme a su libre albedrío.

¡Haced, pues, un esfuerzo! Los frutos de cada pensamiento repercuten en vosotros mismos, ya sea aquí o allá, y sois vosotros los que debéis comer de ellos. ¡Ningún ser humano puede rehuir este hecho!

¿De qué os sirve, ante esta realidad, hundir la cabeza con temor en la arena como lo hace el avestruz? ¡Enfrentad los hechos cara a cara con decisión! Así haréis más fácil vuestra labor, pues aquí en la Tierra se puede progresar con mayor rapidez.

¡Comenzad! Pero con plena consciencia de que todo lo pasado tiene que ser saldado. No esperéis, como muchos insensatos, que la felicidad vaya a caeros del cielo de buenas a primeras entrando por puertas y ventanas. Quizás tenga todavía alguno de vosotros que liberarse de una enorme cadena. Sin embargo, si se acobarda por eso, no hace más que perjudicarse a sí mismo, pues nada se le podrá evitar entonces, nada se le podrá quitar de encima. Demorar las cosas es hacerlas aún más difíciles, si no imposibles por largo tiempo.

Que le sirva esto de estímulo para no perder ni una sola hora; pues con el primer paso es cuando comienza realmente su vida. Bienaventurado el que se decide a darlo con valor; su cadena saltará, eslabón tras eslabón. Con júbilo y agradecimiento avanzará entonces a pasos agigantados y vencerá también los últimos obstáculos, pues se habrá liberado.

Las piedras que los efectos de sus erróneos actos han ido levantando ante él como un muro que forzosamente había de impedir su avance, no son apartadas del medio, sino que, por el contrario, le son puestas delante con todo cuidado para que las reconozca y las supere, puesto que él es quien tiene que reparar todas sus faltas. Y así, no tarda en descubrir con asombro y admiración el amor que le circunda, en cuanto demuestra su buena voluntad.

Se le facilita el camino con tanta consideración y delicadeza, como lo hace una madre en los primeros intentos de su hijo por caminar. Que hay cosas de su vida pasada que le horrorizan en angustioso silencio y que de buen grado dejaría dormitar continuamente … pues bien, cuando menos lo espere, se verá ante ellas cara a cara. No le quedará otro recurso que decidir y actuar. El encadenamiento de los hechos le instará a ello de modo inequívoco. Si entonces se atreve a dar el primer paso, confiando en el triunfo de la volición del bién, se deshará el nudo fatal, franqueará el obstáculo y quedará libre.

Mas apenas haya redimido esta culpa, surge la siguiente, en una forma u otra, exigiendo a su vez ser redimida.

De este modo van saltando en pedazos, uno tras otro, los eslabones de la cadena que, por necesidad, tenía que inmovilizarle y oprimirle. ¡Qué alivio el que ahora siente! Y no es ninguna ilusión esa sensación de ligereza que muchos de vosotros de seguro habéis experimentado ya alguna vez, sino efecto de una realidad. El espíritu, liberado así de la opresión, se eleva ligero y rápido, según la Ley de la gravedad espiritual, remontándose a la región a la que pertenece ya por su liviandad.

Así es como se debe seguir avanzando en pos de la anhelada Luz. Querer el mal oprime al espíritu y lo hace más pesado; querer el bien, en cambio, lo eleva.

Ya Jesús os mostró el camino recto que lleva infaliblemente a la meta; pues una profunda verdad yace en sus sencillas palabras: “¡Ama a tu prójimo como a ti mismo!”

¡Con ellas os dio la llave hacia la libertad y la ascensión! Porque es una verdad irrevocable: ¡Lo que hagáis por el prójimo, lo haréis, en realidad por vosotros mismos! Sólo por vosotros; pues según las Leyes eternas, todo recae ineludiblemente sobre vosotros, tanto lo bueno como lo malo, ya sea aquí o allá. ¡Todo ha de llegar! Por eso, el camino que se os ha señalado es el más sencillo para llegar a comprender cómo han de ser vuestros pasos hacia la volición del bién.

¡Con vuestro ser, vuestra naturaleza, debéis dar a vuestro prójimo! No necesariamente en dinero o en bienes. Si así fuera, los menesterosos quedarían excluidos de la posibilidad de dar. En esa vuestra manera de ser, ese “darse uno mismo” en el trato con el prójimo, en la consideración y en el respeto que le ofrecéis voluntariamente, radica el Amor del que Jesús nos habla y tambien la ayuda que prestáis a vuestro prójimo. De este modo le ofrecéis la posibilidad de cambiar, o de continuar su ascención, pudiendo fortalecerse a través de ello.

Las radiaciones que retroactivamente lleguen luego hasta vosotros os elevarán rápidamente en virtud del efecto recíproco. Por ellas cobraréis de continuo nuevas fuerzas y, con fragoroso vuelo, podréis remontaros hacia la Luz…

Pobres necios, los que aún pregunten: “¿Qué provecho saco con abandonar tantos viejos hábitos y cambiar de modo de ser?”

¿Acaso se trata de hacer un negocio? Y aún cuando sólo ganaran desde el punto de vista humano, adquiriendo un modo de ser más noble, el beneficio ya sería suficiente. ¡Pero es infinitamente más! Repito: Desde el momento en que el hombre comienza a querer el bien, coloca el hito final de su deber de expiación que ha de cumplir y del cual jamás habrá escapatoria. Nadie puede sustituirle en lo que a esto respecta.

Con su decisión pone así un final previsible a su obligación de expiación. Y esto es de tal valor que sobrepasa todos los tesoros del mundo. De esta forma, el hombre puede liberarse de las esclavizantes cadenas que él mismo se forja constantemente. ¡Sacudid, pues, el sueño que os aletarga! ¡Despertad por fin!

¡Acabad con el entorpecimiento que os paraliza, con la ilusión de que la redención por el Salvador es el salvoconducto con el cual podéis entregaros durante toda vuestra vida a un egoísmo despreocupado, con tal de convertiros en creyentes al final, abandonando este mundo con fe en el Salvador y en Su obra! ¡Que insensatos, esperar de la Divinidad una obra a medias, incoherente e imperfecta! ¡Sería lo mismo que querer fomentar el mal! ¡Pensad en ello, liberaos!