¡Hombres! Cuando llegue la hora en que por Voluntad divina haya de realizarse la depuración y la separación sobre la Tierra, atended a los signos celestiales que os fueron anunciados y que serán, en parte, sobrenaturales.
No os dejéis turbar entonces por los hombres – y tampoco por las iglesias – que mucho tiempo atrás entregáronse ya al Anticristo. Es triste que ni siquiera las iglesias hayan sabido, hasta ahora, dónde tenían que buscar a este Anticristo que desde hace ya tanto tiempo viene actuando en medio de los hombres. ¡Un poco de vigilancia, y por fuerza lo hubieran reconocido! ¿Quién puede obrar de manera aún más contraria a Cristo que aquellos que combatieron al propio Cristo y acabaron por darle muerte? ¿Quién podía mostrarse más enconada y declaradamente enemigo de Cristo?
Fueron los representantes y portadores de la religión terrena quienes no se conformaron con la auténtica enseñanza de Dios transmitida y personificada por el Hijo de Dios, pues ésta no compaginaba con lo que ellos habían instituido. En efecto, mal podía encajar el Mensaje de Dios en la estructura de los dignatarios eclesiásticos, encaminada, como estaba, hacia la influencia, el poder y la expansión terrenal.
Con ello demostraron claramente que eran siervos del intelecto humano orientado únicamente hacia el saber y el poder terrenos, hostil a todo lo que no entra dentro de la comprensión terrenal. Puesto que Dios, al igual que todo lo espiritual, permanece ajeno al saber intelectual terrenal, resulta ser precisamente el intelecto aquel que constituye el único y verdadero obstáculo. Por su naturaleza, es contrario a todo lo divino y todo lo espiritual. Y, por ende, como es lógico, también lo son a su vez todos aquellos que consideran su intelecto como lo más alto y sublime queriendo edificar sólamente sobre las bases de aquél.
Los dignatarios de la religión temían en ese entonces perder su influencia sobre el pueblo debido a las enseñanzas del Hijo de Dios. Ésa fue, como hoy todo el mundo sabe, la razón esencial de las calumnias que procuraron extender contra Cristo, hasta lograr por fin la ejecución del Hijo de Dios. ¡Clavaron en la cruz, como blasfemo, a quien el mismo Dios, del cual pretendían ser Sus siervos, había enviado a traer claridad a la humanidad!
¡Tan poco sabían, en verdad, de este Dios y de Su Voluntad aquellos que decían servirle y que así querían hacérselo creer a la gente, cuando para glorificarlo, para defenderlo aquí en la Tierra … dieron muerte al que era Su Enviado, al Hijo de Dios!
Consecuencia funesta resultó para ellos el ser esclavos de su intelecto terrenal, que sólo pugnaba por mantener su influencia. Se convirtieron en verdugos al servicio del Anticristo, a quien ya en secreto habían erigido un trono en sí mismos. Pues en él encontraban satisfacción a debilidades humanas tales como la presunción, el orgullo y la vanidad.
¡Quien espere pruebas más evidentes, nada podrá socorrerle; pues algo más contrario a Cristo, al Hijo de Dios y a Su Palabra ya no existe! El término anticristo no significa otra cosa que “combatiente contra Cristo”, contra la redención del ser humano a través del Mensaje de Dios. ¡El intelecto terrenal los impulsó! ¡Y es precisamente el intelecto quien, cual planta venenosa de Lucifer, se ha transformado en su instrumento, el más peligroso para la humanidad!
¡He aquí por qué el desproporcionado y desmesurado desarrollo del intelecto humano llegó a constituir desde antaño el pecado original del hombre! ¡Lucifer mismo, el Anticristo en persona, es quien se halla oculto tras él! ¡Él es quien ha podido erguir la cabeza gracias a los hombres! ¡Él, el único enemigo verdadero de Dios! Su lucha implacable contra la Misión del Hijo de Dios es lo que le ha valido el nombre de Anticristo. Nadie sino él hubiese poseído la fuerza y el poder para llegar a ser el Anticristo.
Y Lucifer, en su lucha contra la Voluntad de Dios, no se sirve solamente de un solo hombre aquí en la Tierra, sinó de casi toda la humanidad, conduciéndola así a la perdición por efecto de la Ira divina. Quien no sea capaz de comprender esto, a saber, la evidencia de que sólo el propio Lucifer podía ser el Anticristo que osa enfrentarse a Dios, aquel jamás podrá llegar a comprender nada de lo que acontece fuera de la materialidad densa, es decir, de lo puramente terrenal.
¡Y lo mismo que ocurrió entonces sigue ocurriendo hoy día! La situación incluso se ha agravado. También hoy querrán luchar enconadamente numerosos representantes de religiones para conservar en los templos y en las iglesias las prácticas terrenas de origen intelectual que vienen realizando hasta ahora.
Precisamente este intelecto humano que ahoga toda noble intuición es el más taimado de los gérmenes que Lucifer pudo cultivar y diseminar entre los hombres. ¡Todos los esclavos del intelecto son en realidad siervos de Lucifer, cómplices de la catástrofe inmensa que por su causa ha de sobrevenir a la humanidad!
Como nadie se detuvo a buscar al Anticristo en el intelecto, su difusión devastadora fue aun más fácil. Lucifer triunfó; pues de ese modo excluyó a la humanidad de la comprehensión de todo aquello que se halla fuera de la materialidad densa: ¡De la verdadera vida! ¡Del lugar a partir del cual comienza a establecerse el contacto con lo espiritual, que conduce a la proximidad de Dios!
¡Puso pie, aquí en la Tierra, como soberano de ella y de la mayor parte de la humanidad!
No era, pues, de extrañar que lograse llegar hasta los altares y muchos representantes terrenales de religiones – también de iglesias cristianas – sucumbieran irremediablemente victimas de él. También ellos esperan al Anticristo antes del Juicio anunciado. La gran revelación de la Biblia siguió incomprendida en ese dominio como en tantos otros, hasta nuestros días.
¡El Apocalipsis declara que el Anticristo levantará la cabeza antes del Juicio! ¡Mas no dice que será entonces cuando venga! Si está escrito expresamente que levantará la cabeza, es evidente que ya ha de estar presente, y no que sea entonces cuando haya de venir. Que alcanzará la cumbre de su poderío poco antes del Juicio, ¡así ha de interpretarse esta revelación!
¡Vosotros, los que aún no estéis sordos ni ciegos espiritualmente, escuchad esta llamada de advertencia! ¡Tomáos la molestia de reflexionar seriamente por vosotros mismos! ¡Si persistís en vuestra cómoda postura, daos por perdidos!
Removiendo la cubierta protectora de la guarida de una serpiente venenosa, ésta, al verse descubierta de repente, intentará sin duda saltar contra la mano desconsiderada para morderla.
Lo mismo sucede aquí. El Anticristo, al verse descubierto y desenmascarado, replicará presuroso por boca de sus servidores, levantará el grito y lo intentará todo para mantenerse en el trono que la humanidad le ofreció solícita. Todo esto, sin embargo, solamente puede hacerlo por intermedio de aquellos que le veneran en su fuero interno.
¡Poned, pues, suma atención en vuestro derredor cuando la lucha comience! Precisamente en su vocerío reconoceréis, con tanta mayor certeza, a todo partidario suyo. Pues ellos volverán a la oposición, como hicieron ya en otro tiempo, por miedo a la Verdad pura.
El Anticristo intentará de nuevo mantener desesperadamente su influencia sobre la Tierra. ¡Atended a su falta de objetividad en la defensa y en el ataque; pues su acción volverá a ser difamadora, sembradora de sospechas, ya que sus secuaces no son capaces de proceder de otro modo! Enfrentarse a la Verdad, y rebatirla, es imposible.
Así los siervos de Lucifer combatirán también al Enviado de Dios, de igual modo que antes combatieron al Hijo de Dios.
Allí donde se verifique tal intento, estad alerta, pues hombres de esa calaña no pretenden sino proteger a Lucifer para mantener su dominio sobre la Tierra. Allí se encontrará un núcleo de las tinieblas, aun cuando esos hombres lleven lúcidas vestiduras terrenales, aun cuando sean siervos de una iglesia.
No olvidéis lo sucedido en el tiempo en que el Hijo de Dios vivió en la Tierra; pensad que hoy el mismo Anticristo, secundado por un número muchísimo mayor de partidarios, intenta conservar su dominio sobre la Tierra, escapar al aniquilamiento y seguir oscureciendo la verdadera Voluntad de Dios.
¡Fijaos, pues, atentamente en todos los signos que han sido anunciados! Se trata de la última decisión para cada uno: ¡Salvación o perdición! ¡Porque esta vez es Voluntad de Dios que se pierda lo que nuevamente ose alzarse contra Él!
¡Cualquier negligencia al respecto será vuestro propio juicio! – Los signos divinos no aparecerán sobre una iglesia; no será un dignatario eclesiástico quien porte las credenciales de Enviado de Dios. Sino sólamente Aquél que, inseparablemente unido a los Signos los lleve en sí mismo, con vivo esplendor, como en aquel entonces el Hijo de Dios durante su estancia en la Tierra. ¡Son la Cruz de la Verdad, viviente y luminosa en Él, y la Paloma sobre Él! Visibles para todos los que hayan recibido la gracia de contemplar lo espiritual para dar testimonio de ello a todos los hombres de la Tierra; pues entre todos los pueblos habrá quienes esta vez se les conceda “ver” como última Gracia de Dios. – – –
Jamás podrán simularse estos signos sublimes de la Santa Verdad. Ni el propio Lucifer, que no puede más que huir ante ellos, es capaz de tal; menos aún lo puede hacer un hombre. Por consiguiente, quien busca oponerse a esta legitimación divina, no hace sinó dirigirse en contra de Dios, como su enemigo. Con ello muestra que no es servidor de Dios y que nunca lo ha sido, sea cual sea lo que haya pretendido ser hasta entonces en la Tierra.
¡Cuidáos de que vosotros no forméis parte de ellos!